Y la frutilla del postre de ese gloriosos finde: ¡¡el Abra del Acay!!! En realidad organicé los otros recorridos alrededor de éste porque lo que más quería era ir a este dichoso lugar, uno de los pasos de ruta más altos del mundo. Y vaya si valió la pena... La fecha fue perfecta ya que en pleno verano es peligroso por los desmoronamientos ocasionados por las continuas lluvias, y en invierno directamente ¡se congela!
Tengo un gran recuerdo de ese viaje ya que, aunque me dolió al bolsillo (fue la primera vez que contraté camioneta y guía sólo para mí, más allá de que se juntara más gente o no) fue darme un gusto de algo que tenía muchas ganas hacía tiempo. Y el primero de los viajes sin un grupo por lugares tan inhóspitos y altos. Encima nos tocó un día ¡divino! Yo suponía que íbamos a tener tremendo vientazo a esas alturas pero no, solazo puneño todo el día.
¡¡Hermosísimo viaje puneño!!
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